Carta de amor de
Pablo Neruda a Albertina Rosa.
Mi niña netocha, no pensaba escribirte hasta que me
contestaras mis cartas anteriores, pero, es de noche, hace calor, no puedo
dormir.
Tu bello retrato está sobre mi mesa de noche: le hice hacer
un marco de madera preciosa: tamarindo, y tus ojos, que creí no irían a verme
nunca más me miran noche y día. Es extraño que vuelva a escribirte de esta
manera cuando no sé nada de ti, ni de que piensas de mí. Pero, en verdad, todo
este largo tiempo has estado cerca de mí, y tu recuerdo me dolía a veces como
una herida.
[…] Me estoy cansando de la soledad, y si tú no vienes, trataré
de casarme con alguna otra. ¿Te parece eso brutal? No, lo brutal sería que tú
no vinieras.
Sabes que tengo cierta pequeña situación social anexa al “Señor
Cónsul” y me es fácil notar que esto produce cierta expectación entre las mamás
(que a veces tienen lindas hijas). Pero, ¡Oyemé! Nunca he querido a nadie sino
a ti, Albertina.
A mis ojos ninguna mujer puede compararse contigo. ¿Estás
contenta? […] Cada día, y cada hora de cada día, me pregunto: ¿Vendrá?
Puedes imaginarte que no sé nada de Chile: no recibo ni
diarios ni cartas.
Espero recibir bien pronto tus cartas y estar tranquilo
contigo o sin ti.
No es verdad, tranquilo sólo contigo y si me quieres.
Tu Pablo.
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