miércoles, 15 de enero de 2014

“Sensación de presencia”




Roberto Arlt a Yvonne

Te escribo desde la cama. No tengo ganas de referirte cosas, tengo ganas de aclararme ante ti. Hace un rato me preguntaba: ¿Para qué le escribo a Yvonne? Y acudían estas respuestas:

1-Para hacerle ver la realidad de cuánto la quiero.
2-Para decirle cómo es verdad que la quiero.
3-Para que ella me quiera aún más de lo que me quiere.

Estas tres respuestas son exactas hoy, en este momento.
Estoy necesitado de tu presencia y no estás en mí como sensación. ¿No entiendes? Tú no eres un recuerdo, sino una sensación, que es algo muy distinto. Me resulta dificultoso recordarte físicamente, es decir, con tal expresión, con tal movimiento. Yo te recuerdo en sensación, lo que denominare “sensación de presencia”.

He dejado de escribirte durante diez minutos para fumar un cigarrillo y me decía mientras fumaba, que la realidad intrínseca de mi mal humor consistía en no tenerte y necesitarte poderosamente. Estas dos últimas veces que hemos andado juntos me has impregnado, este es el término exacto, del goce de ser querido, que es el placer quizás más extraordinario que existe.

Y es diferente al amor. Porque uno puede querer y sentirse dichoso de querer pero el proceso está limitado a uno mismo. No es uno el que determina su felicidad, es el otro que poderosamente le inyecta su vida y lo transforma a uno.
Querida Yvonne: ¿Hago mal en desmenuzar lo nuestro así? Por momentos tengo miedo de escarbar en mí mismo, de presentarme a tus ojos un poco criatura. Sólo confío en tu sinceridad. En palabras que dijiste, y que me hacen pensar que tú eres como yo. ¿Te hablo y escribo de mí como un colegial, o como una criatura? Pero si no lo hago anti ti ¿ante quién podría hacerlo?

¿Si tú no me comprendieras, quien podría comprenderme? Voy hacia ti con el ferviente deseo de serte sincero en mis escondidos pensamientos. Deseando que mi sinceridad provoque la tuya, que esta deliberada muestra de nuestra impotencia y debilidad se convierta en nuestra fuerza. Pienso que cuando tú me escribiste y yo te hablé y conversamos, lo que me atrajo hacia ti no fue tu sufrimiento, sino tu sinceridad, feroz. Pensé entonces cuán terrible debió ser tu soledad para que fríamente fueras llamando a cada cosa por su nombre y no por otro.

En este mismo momento tengo la sensación de tu presencia, cuando nos hallábamos frente a la fachada amarilla de tu antigua casa de Belgrano. También tu risa algo nerviosa en la confitería. Y después el magnífico viaje en tranvía. Y nuestras charlas.

Pero nada me conmueve tanto como tu sinceridad. El relato desnudo, vacío de tentativas de disculpa.
Luego ondulatorio de contradicciones. Por momentos me digo que estaremos tan juntos que será como si nos hubiesen fundido. Luego, el temor: “¿Ocurrirá esto?”. “¿No la rechazará este modo mío, de darme así a ella sin restricciones?”.

La verdad, ya no puedo hacer otra cosa. O darme por entero o no darme de ninguna manera y volver a la vida anterior, deshumanizada por falta de espíritu.

Quiero ser feliz. Brutalmente feliz. Como un ser humano.

Quisiera ser de otro modo, y de otro modo no sería. Sé perfectamente que cuando digo que quisiera ser de otro modo es porque tengo temor de que tú te muestras de otro modo.

Yvonne, ¿por qué no estarás aquí a mi lado para decirme sonriendo con tu clara sabiduría, que no amontone palabras?

Me gustaría escribirte. En cuanto generosamente me tomes de las manos, todos mis temores se desvanecerán en el aire.





jueves, 9 de enero de 2014

"Pienso en las personas a las que amo cuando sufro"




Carta de Charles Baudelaire a Apolline Sabatier

Sinceramente, señora, le pido mil veces perdón por estos estúpidos, anónimos y pésimos versos que huelen horriblemente a puerilidad; pero, ¿qué puedo hacer? Soy tan egoísta como un niño o un inválido. Pienso en las personas a las que amo cuando sufro. Normalmente pienso en usted cuando escribo y, cuando el verso está acabado, no puedo resistir el deseo de que lo lea la persona que los inspiró. Al mismo tiempo, me escondo como alguien que tuviera mucho miedo a parecer ridículo. ¿No hay algo esencialmente cómico en el amor?, sobre todo para los que no están involucrados.
Pero le juro que esta será la última vez que me exponga al ridículo; y, si mi ardiente amistad hacia usted se prolonga en el futuro tanto como ha durado en el pasado, le diré una cosa: ambos seremos ancianos.

Por más absurdo que esto pueda parecerle, recuerde que hay un corazón del que sería cruel burlarse y en el que su imagen está siempre viva.

martes, 7 de enero de 2014

"Toda felicidad es ilusoria no estando tú a mi lado"


Carta de Jorge Luis Borges a Estela Canto

A pesar de dos noches y de un minucioso día sin verte (casi lloré al doblar ayer por el Parque Lezama), te escribo con alguna alegría. Pienso en todo ello y siento una especie de felicidad; luego comprendo que toda felicidad es ilusoria no estando tú a mi lado. Querida Estela: hasta el día de hoy he engendrado fantasmas; unos, mis cuentos, quizás me han ayudado a vivir; otros, mis obsesiones, me han dado muerte. A estas las venceré, si me ayudas. Tuyo con el fervor de siempre y con una asombrada valentía.


Georgie…

sábado, 4 de enero de 2014

"Los amantes verdaderos se reconocen por lo que pasa secretamente en su corazón"




Carta de La señorita Fontagne a Luis XIV


El estar admitida la desproporción entre un príncipe como vos y una joven como yo, me obliga a tomar las palabras de vuestra majestad más por galantería que por declaración sincera.

Sin embargo, si es cierto que los amantes verdaderos se reconocen por lo que pasa secretamente en su corazón, en vano querría ocultar por más tiempo mis sentimientos.

Sí, lo confieso, señor: solo el mérito de vuestra augusta persona dispuso de mí antes que su majestad me hiciera el gran honor de mostrarme su inclinación.

He combatido, dignaos perdonármelo, señor, esta pasión desde el principio. Estaba desconcertada ante el temor de que mis ojos o mis ademanes diesen a conocer a Vuestra Majestad, lo que sentía mi corazón por un príncipe tan grande.


Juzgad, señor, de la disposición en que estoy, por esta confesión tan ingenua de mi debilidad.