Roberto Arlt a
Yvonne
Te escribo desde la cama. No tengo ganas de referirte cosas,
tengo ganas de aclararme ante ti. Hace un rato me preguntaba: ¿Para qué le
escribo a Yvonne? Y acudían estas respuestas:
1-Para hacerle ver la realidad de cuánto la quiero.
2-Para decirle cómo es verdad que la quiero.
3-Para que ella me quiera aún más de lo que me quiere.
Estas tres respuestas son exactas hoy, en este momento.
Estoy necesitado de tu presencia y no estás en mí como sensación.
¿No entiendes? Tú no eres un recuerdo, sino una sensación, que es algo muy
distinto. Me resulta dificultoso recordarte físicamente, es decir, con tal expresión,
con tal movimiento. Yo te recuerdo en sensación, lo que denominare “sensación
de presencia”.
He dejado de escribirte durante diez minutos para fumar un
cigarrillo y me decía mientras fumaba, que la realidad intrínseca de mi mal
humor consistía en no tenerte y necesitarte poderosamente. Estas dos últimas
veces que hemos andado juntos me has impregnado, este es el término exacto, del
goce de ser querido, que es el placer quizás más extraordinario que existe.
Y es diferente al amor. Porque uno puede querer y sentirse
dichoso de querer pero el proceso está limitado a uno mismo. No es uno el que
determina su felicidad, es el otro que poderosamente le inyecta su vida y lo
transforma a uno.
Querida Yvonne: ¿Hago mal en desmenuzar lo nuestro así? Por
momentos tengo miedo de escarbar en mí mismo, de presentarme a tus ojos un poco
criatura. Sólo confío en tu sinceridad. En palabras que dijiste, y que me hacen
pensar que tú eres como yo. ¿Te hablo y escribo de mí como un colegial, o como
una criatura? Pero si no lo hago anti ti ¿ante quién podría hacerlo?
¿Si tú no me comprendieras, quien podría comprenderme? Voy
hacia ti con el ferviente deseo de serte sincero en mis escondidos
pensamientos. Deseando que mi sinceridad provoque la tuya, que esta deliberada
muestra de nuestra impotencia y debilidad se convierta en nuestra fuerza.
Pienso que cuando tú me escribiste y yo te hablé y conversamos, lo que me
atrajo hacia ti no fue tu sufrimiento, sino tu sinceridad, feroz. Pensé
entonces cuán terrible debió ser tu soledad para que fríamente fueras llamando
a cada cosa por su nombre y no por otro.
En este mismo momento tengo la sensación de tu presencia,
cuando nos hallábamos frente a la fachada amarilla de tu antigua casa de
Belgrano. También tu risa algo nerviosa en la confitería. Y después el magnífico
viaje en tranvía. Y nuestras charlas.
Pero nada me conmueve tanto como tu sinceridad. El relato
desnudo, vacío de tentativas de disculpa.
Luego ondulatorio de contradicciones. Por momentos me digo
que estaremos tan juntos que será como si nos hubiesen fundido. Luego, el
temor: “¿Ocurrirá esto?”. “¿No la rechazará este modo mío, de darme así a ella
sin restricciones?”.
La verdad, ya no puedo hacer otra cosa. O darme por entero o
no darme de ninguna manera y volver a la vida anterior, deshumanizada por falta
de espíritu.
Quiero ser feliz. Brutalmente feliz. Como un ser humano.
Quisiera ser de otro modo, y de otro modo no sería. Sé
perfectamente que cuando digo que quisiera ser de otro modo es porque tengo
temor de que tú te muestras de otro modo.
Yvonne, ¿por qué no estarás aquí a mi lado para decirme
sonriendo con tu clara sabiduría, que no amontone palabras?
Me gustaría escribirte. En cuanto generosamente me tomes de
las manos, todos mis temores se desvanecerán en el aire.