Carta de Marcel Proust
a Geneviéve Straus
Señora:
Amo a mujeres misteriosas, puesto
que vos sois una de ellas, y lo he dicho con frecuencia en Le Banquet, en el
que a menudo me habría gustado que usted se reconociese a sí misma. Pero ya no
puedo seguir amándola por completo, y le diré por qué, aunque no sirva de nada,
pues bien sabe usted que uno pasa el tiempo haciendo cosas inútiles o, incluso,
perniciosas, sobre todo cuando se está enamorado, aunque sea poco. Cree que
cuando alguien se hace demasiado accesible
deja que se evaporen sus encantos, y yo creo que es verdad. Pero déjeme
decirle qué sucede en su caso. Uno habitualmente la ve con veinte personas, o
mejor dicho, a través de veinte personas, porque soy el joven más alejado de
usted. Pero imaginemos que, después de muchos días, uno consigue verla a solas.
Usted sólo dispone de cinco minutos, e incluso durante esos cinco minutos está
pensando en otra cosa.
Pero eso no es todo, Si alguien
le habla a usted de libros, usted lo encuentra pedante; si alguien le habla de
gente, a usted le parece indiscreto (si le cuentan) y curioso (si le preguntan);
y si alguien le habla de usted misma, a usted le parece ridículo. Y así, uno
tiene cien oportunidades de no encontrarla deliciosa, cuando de repente usted
realiza algún pequeño gesto que parece indicar una leva preferencia, y uno vuelve
a quedar atrapado. Pero usted no está lo bastante imbuida de esta verdad (yo no
creo que esté imbuida de ninguna verdad): que muchas concesiones deberían
dársele al amor platónico. Una persona que no es en absoluto sentimental se
vuelve asombrosamente así si se la reduce al amor platónico. Como yo deseo
obedecer sus preciosos preceptos que condenan el mal gusto, no entraré en
detalles. Pero piénselo, se lo suplico. Tenga alguna indulgencia hacia el
ardiente amor platónico que usted despierta, si todavía se digna en creer y
aprobarlo.
Su respetuosamente leal,
Marcel Proust.
No hay comentarios:
Publicar un comentario