jueves, 26 de abril de 2012

"Tus caricias son la corona de mi vida."






Carta de amor de Richard Wagner a Mathilde Wesendock

¡No! ¡No te arrepientas nunca de aquellas caricias con que embelleciste mi pobre vida! ¡No conocía estas flores deliciosas que brotaban del suelo purísimo del más noble amor! Lo que soñé como poeta tuvo que realizarse alguna vez tan maravillosamente; este roció delicioso que reconforta suavemente y transfigura tuvo que caer alguna vez sobre el suelo vulgar de mi existencia terrestre. No lo había esperado nunca, y sin embargo es como si lo hubiera sabido. Ahora estoy ennoblecido: he sido elevado al supremo rango. Sobre tu corazón, en tus ojos, de tus labios, fui liberado del mundo. Cada pulgada de mi cuerpo es ahora libre y noble. ¡El saberme amado por ti tan plenamente, tan dulce y, sin embargo, tan castamente, me hace temblar de desagrado pavor ante mi propia gloria! Ay, aún lo respiro, aquel mágico perfume de las flores que recogiste en tu corazón para mí: no fueron brotes de vida; así exhalan su perfume las flores milagrosas de la muerte celestial, de la vida eterna. Así adornaron, en tiempos lejanos, el cadáver del héroe antes de convertirlo en cenizas divinas; en esa tumba de llamas y fragancias se precipito la amante para unir sus cenizas con las del amado. ¡Entonces fueron uno! ¡Un solo elemento! ¡No dos seres vivientes: una misma materia divina para la eternidad!
¡No! ¡Nunca te arrepientas! ¡Aquellas llamas ardieron luminosas, puras y claras! No la ensució nunca el sombrío incendio ni el humo impuro ni los vapores de angustia y aureolada como para nosotros, por lo cual nadie puede conocerla.
Tus caricias… son la corona de mi vida, las deliciosas rosas que florecen de la guirnalda de espinas con que estuvo adornada mi cabeza. ¡Ahora me siento orgulloso y feliz! ¡Sin deseo, sin apetencia! ¡Goce, suprema conciencia fuerza y capacidad para todo, para afrontar cualquier tempestad de la vida! ¡No! ¡No! ¡No te arrepientas! ¡No te arrepientas! ¡Nunca!

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