miércoles, 29 de agosto de 2012

"Sea mi ángel guardián, mi musa, mi madona y condúzcame por el camino de la belleza."






Charles Baudelaire a María

Señora, ¿Será posible que yo no pueda volver a verla? Esta es para mí la cuestión importante, pues he llegado a tal punto que su ausencia es para mi alma inmensa privación.
Cuando supe que usted renunciaba a servir de modelo y que involuntariamente era yo la causa de ello, sentí una tristeza extraña.
He querido escribirle, a pesar de que soy muy poco partidario de escrituras. Nos arrepentimos casi siempre de haber escrito. Pero yo nada temo, puesto que he adoptado el partido de entregarme a usted para siempre.
¿Sabe que nuestra larga conversación del jueves fue muy singular? Esa conversación es la que me ha dejado en un estado nuevo y la que motiva esta carta. (…)
De todas estas confesiones ha resultado un hecho singular, y es que para mí usted no es sencillamente una mujer a quien se desea, sino una mujer a quien se ama por su franqueza, por su pasión, por su juventud, por su lozanía y por su locura.
He perdido mucho con estas explicaciones, pues su actitud fue tan decidida que tuve que someterme inmediatamente; pero, señora, ha ganado, en cambio, mucho con esto: Me ha inspirado respeto y una estimulación profunda. Sea siempre así y conserve esa pasión que la hace tan bella y tan dichosa.
Vuelva, se lo suplico, y me haré dulce y modesto en mis deseos. Merecería ser despreciado por usted cuando le respondí que me contentaría con algunas migajas. Mentía. ¡Oh, si supiera cuán bella estaba aquella tarde!
No trato de hacerle cumplidos, al contrario…¡Eso es tan vulgar!...Pero sus ojos, su boca, toda su persona viviente y animada pasa ahora ante mis ojos cerrados y sé bien que esto es definitivo.
Regrese, se lo suplico de rodillas: no le digo que me encontrará sin amor; pero no puede impedir, sin embargo, que un espíritu vague en torno de sus brazos, de sus manos tan bellas, de sus ojos, donde toda la vida suya está reconcentrada, de toda su adorable persona carnal; yo sé que no puede impedirlo; pero esté tranquila; usted es para mí un objeto de culto y me es imposible mancillarla; yo la veré siempre tan radiante como antes. ¡Toda su persona es tan buena, tan hermosa, tan dulce de respirar! Es para mí la vida y el movimiento, no tanto (precisamente) a causa de la rapidez de sus ademanes y del lado violento de su naturaleza como por sus ojos, que solo pueden inspirar al poeta un amor inmortal. ¿Cómo decirle hasta qué punto amo sus ojos y cuánto aprecio su belleza?
Posee gracias contradicciones que, sin embargo, no se contradicen: Tiene  la gracia del niño y de la mujer…
¡Oh, créame, se lo digo desde el fondo de mi corazón; Es una adorable criatura y la quiero profundamente! Un sentimiento virtuoso que me une para siempre a usted.
A despecho de su voluntad, usted será en adelante mi talismán y mi fuerza. La quiero, María, es irremediable: Pero el amor que siento es el del cristiano hacia su Dios; no dé jamás un nombre terrestre y tan frecuentemente vergonzoso a este culto incorpóreo y misterioso, a esta suave y casta atracción que une mi alma a la suya, a despecho de su voluntad. ¡Eso sería un sacrilegio!...
Yo estaba muerto, y me ha hecho renacer. ¡No sabe todo lo que le debo! He gozado en su mirada de ángel alegrías ignoradas; sus ojos me han iniciado en la dicha del alma. En lo sucesivo será mi única reina, mi pasión y mi belleza; usted es la parte de mí mismo que una esencia espiritual ha formado. Por usted, María, seré fuerte y grande; como Petrarca, inmortalizaré a mi Laura. Sea mi ángel guardián, mi musa, mi madona y condúzcame por el camino de la belleza.
Dígnese responderme una sola palabra, se lo suplico, una sola. En la vida de cada uno hay horas dudosas y decisivas, en las que un testimonio de amistad, una mirada, un arañazo cualquiera puede empujarnos hacia la imbecilidad o la locura. Le aseguro que estoy en ese momento crítico. Una palabra suya será la cosa bendita que se mira y se aprende de memoria. ¡Si supiera hasta qué punto es amada! Vea, me postro a sus pies; una palabra, dígame una palabra… ¡No, no la dirá!
Dichoso, mil veces dichoso, aquel a quien elija entre todos, ¡usted, tan llena de prudencia y de bondad, tan deseable: Talento, ingenio, corazón! ¿Qué mujer podrá reemplazarla nunca?...No me atrevo a solicitar una visita, no me la concedería. Prefiero esperar.
Esperaré años enteros, con absoluto desinterés, se acordará entonces de que empezó por maltratarme y confesará que ha cometido una mala acción.
En fin, no puedo rechazar los golpes que a un ídolo le plazca darme. A usted le place ´ponerme a la puerta, y a mí me place adornarla. Estamos en paz.


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